Hablamos en su momento de “La democracia como aspiración” (I) que presenta sus retos desde su nacimiento, allá por el siglo VI a. C. en Atenas. Aunque etimológicamente era el gobierno del pueblo, (demos) y poder (arcos), la cosa era algo más complicada. Según Plutarco, de aquel demos o pueblo inicial se excluían a los nobles (eupátridas) y a los esclavos (Ilotas), para quedar integrado sólo por artesanos (demiurgos) y campesinos (geomoros). Se puede entender la exclusión de esclavos, por su menor consideración aunque llegaran a ser casi la mitad de a población, pero no tanto los nobles, habitual e históricamente muy influyentes. La razón parece ser que se desconfiaba de eupátridas, clase que tendía a vivir en torno a la muralla de la ciudad estado, y por ello, se les entendía con menor interés por el bien común. Por una cosa u otra, parece ser que se llamaba “idiotas” a las personas excluidas de la democracia. ¡Hay que ver como bailan algunos significados y empeños! En aquella Grecia era determinante la estructura política de ciudad estado, de ahí el centrarnos en Atenas. Aparte de la defensa bélica requerida, el tamaño permitía la participación directa, esto es, no necesitar representantes para decidir o aprobar acuerdos.

Aunque eran antiguos, ya tenían problemas como los actuales de arrimar el ascua a la propia sardina, de ahí la necesidad de organizar la participación con cierta cautela. Podían hacerlo varones adultos de los grupos mencionados. En principio regía el Hoboulemos o “cualquiera que lo desee”. Ese voluntario intervenía en la asamblea o en un consejo para proponer una ley o un juicio. Se tomaba en consideración para aprobar, denegar o modificar la iniciativa. Cada año disponían de unos mil ciudadanos, los magistrados, unos novecientos por sorteo y, elegidos unos cien entre los más expertos. Ese servicio sólo se podría ejercer una vez en la vida, como medio para impedir la profesionalización. Preocupaba más la corrupción de algunos que la ineptitud de otros, pues esperaban atenuar la última con el trabajo en equipo. Se distinguía bien entre quienes sólo votaban y quienes se responsabilizan de tareas. Éstos servían al pueblo y daban cuenta ante el mismo. Los primeros sólo intervienen como ciudadanos desde la asamblea o desde consejos o tribunales. Esa rotación o implicación promovía la común responsabilidad ciudadana. Eso lo expresó Pericles en uno de sus principales discursos: “no es que consideremos al que no participa en estos asuntos como poco ambicioso, sino como inútil”, o “idiota que decía arriba. La ciudadanía estaba estimulada para saber cómo participar en el sistema de controles de la mayoría. Ya fuera en la Asamblea, en el Consejo de los 500, o en los tribunales la sociedad griega, pese a las exclusiones citadas, sentía la vida como algo realmente compartido.

Con la invasión de Grecia por Macedonia, acaba esa experiencia tal cual. De ella en las civilizaciones posteriores se han dado tentativas con desigual fortuna o acierto. La más notable la del poder de Roma que se constituye en república tras una breve monarquía. En la República de Roma se hizo una versión en otro aspecto. No era posible la participación directa, ni igual rendición de cuentas al estilo de Atenas. Sin embargo, sí que se fueron elaborando elementos, en la vida y sobre todo en las normas del derecho romano, que serían importantes para la conformación democrática posterior. El concepto de lo público o de la res pública se va configurando como algo que trasciende a la inmediatez de la localidad. De otra manera el senado romano se reúne para dar cuenta de una comunidad, más bien comunidades, hacia las que iba tendiendo el Imperio. Forma dictatorial de gobierno que se adopta para su organización para la conquista y defensa de las muchas regiones que lo integran. Esa economía de guerra llevaría a entrar en lo que Cicerón llamaría “irresponsabilidad pública”. La decadencia y desaparición del Imperio dejó un panorama con el predominio del poder de la fuerza, se llamaran así o monarquías. En la edad media se dio el feudalismo o régimen en el que el caballero dueño de unas tierras los es también de las personas que viven en las mismas con excesiva sumisión. Los señores feudales integrarían la nobleza del reino al que acababan reconociendo, donde se iban sumando los burgueses, o habitantes de los burgos o poblaciones que hacían florecer la economía.

En la edad media también se dieron otras situaciones parecidas a la de Atenas en poblaciones marítimas, comerciales y más propensas a una organización democrática. Ejemplos destacados fueron las repúblicas italianas de Venecia, Génova, Pisa y Amalfi, que llegaron a ser muy florecientes mientras dominaban la navegación del Mediterráneo. La figura más representativa, el duque, era elegido y se huía de que el poder lo administrara una sola persona. El reconocimiento ciudadano era restringido, pero el control del poder permitía una rica vida social. En la relación entre estas repúblicas y bastantes monarquías fluía el avance económico y cultural que aportaban el clero, la burguesía y los relatores que se iban engrosando las funciones intelectuales. Con distinto ritmo, entre los sectores señalados, iban ganado presencia las personas estudiosas. En la medida en que los propios reinos y las relaciones entre los mismos se hacían más complejos, las funciones de intelectuales iban creciendo en importancia. Al final del renacimiento, el reconocimiento de los saberes fue tal, que monarquías ya eran corte con sabios asesores. Superada la anterior rigidez del “honor” de la monarquía, ésta acogía con el mayor saber una proyección de objetivos más compartidos que aderezaba el poder que no se desprendía de sus rasgos despóticos. Con distintas variaciones, lo esencial del poder se mantendría así hasta el siglos XVII y entrando en el XVIII. La incidencia de la Ilustración y su vigor se contentaba con mayor participación, si no el despotismo ilustrado, lo que era “el gobierno para el pueblo pero sin el pueblo”. Ya fuera por la madurez humanista que reaparecía tras tantos tiempos de guerras y problemas religiosos, en entendimiento entre iguales o democracia incipiente aparecía. Los saberes iban llegando a comunidades recónditas poco importunadas por el poder. En ellas parecía resurgir la lógica del mínimo autogobierno local. Fueran reminiscencias griegas o no, esas experiencias han resurgido en varios lugares y momentos como los llamados “concejos abiertos” al poder vecinal.

Por otro lado, el conocimiento más extendido y ya menos enrocado en la religión y en guerras sucesivas, dio lugar al Siglo de las Luces. Se sentía la democracia como necesidad racional a la medida del nuevo hombre más cercano al saber. Saber que se acumulaba en la gran Enciclopedia, en torno a la que aparecían obras y autores como Voltaire o D´Alembert. En esa dirección iba el debate sobe la propia democracia, de un conocimiento y normas que avanzaría con Montesquieu en la Revolución de 1.789. Con ”El espíritu de las leyes”, obra del autor citado, y la aprobación de “Los Derechos del Hombre y del Ciudadano” y aportes de Tocqueville, se inicia el camino hacia lo que hoy llamamos la democracia liberal. De ese proceso y de las mismas aspiraciones seguiremos tratando en adelante.