Vive uno en esa confusión casi permanente, entre la salud propia o colectiva y esa obsesión económica, que no distingue entre síntomas de la enfermedad o los problemas de la hostelería. El caso es que, en instante de lucidez, he reparado en dos noticias que juntas han llegado a preocuparme, más si cabe. Por un lado, el gobierno de toda España nos ha comunicado un calendario de vacunación que, se supone que bien llevado, nos lleva a mayo en buenas condiciones. Por el contrario, cuando miro hoy, miércoles 7-4-21, las cifras de la pandemia en nuestro Linares, otra vez destacado en los papeles, me echo a temblar. Resulta que ocupamos el segundo lugar entre las ciudades de más de 40.000 habitantes por el número de personas infectadas, exactamente con 518 por cada 100.000 y además subiendo. Así que, una vez superada la primera impresión, intento juntar la pata con la oreja a esta mala situación para entenderme yo y luego, si soy capaz, compartirlo con quien me lea. Para ello, trato de pensar en lo que está de mi mano, en la de nuestro vecindario, que nos hemos lucido, y más allá de nuestro alcance donde poco podemos hacer. Así que empiezo por mí para ver si soy capaz de sobreponerme a la mala leche y tratar de ser lo más ecuánime posible, que no lo seré tanto pues me conozco. No debo esperar que la gente se acomode a los hábitos y querencias de este viejo algo aburrido desde antes y con aficiones más recogidas y con pensión fija para gastos propios y de nietos.
Pese a ello, me solivianta el más frecuente sonido de ambulancia que viene a suplir al que antes llegaba del bar en el que las distancias eran menores de las requeridas y las mascarillas ausentes como si el echa y bebe fuera un todo continuo. Seguro que quienes tienen derecho y necesitan un fin de semana de expansión podían haberlo tenido con algún cuidado más. Cómo no reconocer la ruina de quienes se quedan sin clientela a la que servir para en la casa poder vivir. Qué no decir de la familia que se queda en la calle por desahucio, que, son más las de supuestas ocupaciones. O de aquellas personas que tienen que acudir a comedores sociales porque la ayuda del despido se ha acabado o no sabe solicitar IMV, esa paga que no llega. Hay tantas situaciones desgraciadas traídas por esta pandemia, de muchas de las cuales, probablemente las más lamentables, apenas sabemos algo. Por supuesto que quien tiene necesidad ha de llorar para mamar. Que cada persona o colectivo ha de hacer ver sus problemas para sobrevivir. No es fácil pedir calma a quien tiene una necesidad perentoria. En ese momento si que conviene tener en cuenta la garra de la propia pandemia que ha cogido a aquella persona y familia que pierde varios de sus miembros en días. Quizá esa idea, de que la muerte todo lo iguala, nos proporcione la calma para entender que el sálvese quien pueda, más que solucionar aumenta los problemas del conjunto. ¿Puede ignorar quien pide algo a la administración podrá recibir si la ciudadanía no ha aportado sus impuestos de manera proporcional? ¿Podemos estar temblando todo el país dependiendo de que vengan o no los turistas para vivir, en lugar de crear otros empleos? Pero dejemos eso y el origen de la covid19 y atendamos a la pregunta del título.
Está claro que olvidando el empeño compartido del pasado abril hemos perdido también la semana santa, y nos puede ocurrir lo mismo con el verano. Para que lo salvemos, será imprescindible recuperar el impulso y decisión que agradecía el esfuerzo del personal sanitario al que no hemos compensado con justicia y estabilidad que se merecen. Por otro lado, será imprescindible la mínima unidad y que nadie se pase de listillo o listilla vendiendo el duro a cuatro pesetas. Así que no hay más salida que la de mantener los cuidados que, ahora sí, bajen la infección. Y a la vez, que toda la ciudadanía, como una sola persona, vaya a vacunarse para que el “bicho” no encuentre persona más vulnerable a las que infectar.
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