Hace unas semanas aparecía en la publicación Observatorio del Laicismo “La lista de la vergüenza del confesionalismo en Granada”. Siendo importante lo que mis colegas señalaban en su ciudad, yo pensaba en el velo mal colocado que ha llenado medios y conciencias. Recuerdo que lo del “confesionalismo” es la situación de religión única que se viene dando en Afganistán y más países como Irán y cuyas consecuencias con tanto fervor afortunadamente hoy se lamentan en occidente. Esa realidad era la que legalmente se daba aquí, hasta la aprobación de la Constitución de 1.978, en la que España se reconocía como Estado sin confesión o religión oficial. Reconocimiento que en la realidad, pese a la voluntad de ciertas personas, se ha ido estableciendo, en las cifras de la ciudadanía patria. Es innegable que en los usos sociales y, como consecuencia, en la legislación se vienen consolidando derechos y libertades contrarias a los deseos de sectores religiosos como el divorcio, la planificación familiar, la eutanasia y a la interrupción voluntaria del embarazo. En cuanto a las cifras sobre creencias también la realidad confirma la tendencia, pues el número de personas que no se declaran creyentes igualan o superan a quienes las practican. De ahí que sea reprochable la actitud de quienes representando al estado, lo hagan aparecer de manera ilegal como de religión única.
Tras darle vueltas al caletre, me determiné a poner en el papel algunas ocurrencias que me inquietan desde antiguo. Mi experiencia reflexionando sobre la profundización en la democracia me ha ido aportando un bagaje al tratar el asunto con personas supuestamente versadas y que han podido estar involucradas en estos asuntos y otros como la patochada de elevar a una virgen al cargo de alcaldesa perpetua del lugar. El asunto de las autoridades mezcladas en lo religioso, aparte de contrario al ordenamiento constitucional, puede esconder una actitud parcial de mantener viejas querencias contrarias a las libertades que nos venimos dando. Por eso que es pertinente que esta y otras razones lleguen también a la calle y al bar cuando se dice: “mira que eres “intolerante” o “no habrá asuntos más importantes que solucionar”. Cuando tuve suerte, en casos así, comenté algo de las libertades ya señaladas y de las consecuencias que se derivaban en instancias educativas, científicas, e incluso, sanitarias. Llegado el caso añadí las denuncias de Víctor Hugo: “Ya conocemos al partido clerical…El que ha encontrado para la verdad….dos apoyos: la ignorancia y el error. Impide a la ciencia y al genio ir más allá del misal y quiere enclaustrar al pensamiento en el dogma…”. Al hablar en situaciones preelectorales que es cuando hay más preocupación por lo de “programa, programa, programa”, aunque no como lo entendiera el ejemplar Anguita, esperan que se les diga algo sobre inmatriculaciones porque está en candelero, muy poquito sobre la escuela pública más alojada en los guetos, lo del Concordato, la blasfemia y otros privilegios ya veremos.
Muy pocas veces esta sociedad toma conciencia de ese muro más o menos explícito que impide reconocer la secularización real de la calle entre realmente en las instituciones. Esto es que en educación se siga explicando que “Dios creó el mundo en siete días” o que el Opus Dei pueda mantener la separación del alumnado por sexos, pese a lo que al respecto dicta la Constitución. Que en la sanidad pública se pueda atender la interrupción necesaria y voluntaria del embarazo y que no sea así por una objeción colectiva sobre venida en el colectivo médico que trata de imponer sorprendentemente dentro del colectivo mismo una opinión tan alejada de la que dice expresar la mayoría de la ciudadanía a la que han de atender. Hay aspectos que chirrían en la moral cívica como la caridad que se trata de imponer en detrimento de la justicia pública al atender necesidades. Otro podría ser la pervivencia de modelos trasnochados como el de “Don Guido” que denunciaba Machado del señorito rezador, libertino y machista, y que de una manera taimada se insiste mantener.
He intentado aclararme yo y, si era posible, ayudar a más gente, las razones de la vergüenza que, con perspectiva, sentían mis amigos y amigas de Granada. Lo que hoy es una simple procesión que llena la calle de todos con la bendición de la autoridad elegida por el común para otras cosas puede derivar en algo como el velo dichoso. No es baladí denunciar lo que se viene extendiendo por tantos rincones de esta España. Tampoco era trivial el acuerdo de los diputados autores de la Constitución al fijar el detalle para poder vivir con el debido respeto a todas sus gentes. Reparar en lo que ahora reprochamos a Irán, lo que hemos tenido menos en cuenta enl Afganistán como se ha abandonado, o en la historia de yihad o cruzadas nos darán razones sobradas. Que cada cual crea en la religión que quiera, o en ninguna, es una libertad que no debiera ponerse en peligro.
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