Aunque soy bastante aficionado al cine, por la pandemia y otras circunstancias me he venido consolando con el que ponen en la tele. Sin embargo, nada más leer la ficha de la película arriba titulada, me hice el propósito de no perdérmela si en Linares la ponían. En la revista especializada se hablaba de un caso real narrado sobre la vida de un médico, profesor y activista social en el libro del mismo título, escrito por el hijo del personaje principal Héctor Abad. Se había rodado en la propia Colombia y estrenado en 2.020 con gran reconocimiento en los varios festivales en que se presentó. Estaba además protagonizada por el acreditado actor Javier Cámara y dirigida por David Trueba. El miércoles día 9 me decidí a verla, aunque preví que seguiría en cartelera varias semanas aun. El caso es que, pese a la larga cola en la taquilla, en la sala yo era el único espectador. Disfruté de una buena película, una estupenda historia y un trozo de vida llevada a la pantalla con magistral sensibilidad. Tan embebido estuve en la proyección, que ni me di cuenta de lo que pasaba en la sala. La triste realidad es que más allá de lo aparecido en pantalla, nada había ocurrido, pues yo seguía siendo el único cliente. Aquello me sobrecogió tanto, que desahogué mi desconsuelo por la soledad con la empleada que había acudido a abrir la salida.
Pensativo me vi en las calles, cuyas terrazas -ya a las ocho- empezaban a llenarse. Aquellas dos realidades tan contrapuestas luchaban en mi mente. Me interpelaba, tal vez de manera exagerada, en las prioridades tan dispares del personal: por un lado parte del pueblo con su libertad de beber y de desmadrarse llegado el caso, y por otro el ocio cultural nada concurrido. Desecho esas comparaciones tan poco gratificantes y vuelvo a la película con la violencia del tiempo del profesor Héctor Abad y la de hoy, si cabe mayor. En aquel tiempo, el citado protagonista figuraba en una lista de veinte nombres de personas a asesinar. Acorde con tal amenaza, se le cita con perfidia engañosa al supuesto funeral del también asesinado líder sindical de maestros para balearlo con saña. Lamentablemente en aquel democrático tiempo, ya había la costumbre de eliminar a las personas que eran incómodas el poder, y el señor Abad, como candidato muy aclamado para la alcaldía de Medellín, lo era. Hoy, si nos fijamos en las noticias, podemos enterarnos que han aumentado en gravedad los habituales en Colombia, aunque aquí de toda la América hispana, solo existía la vecina Venezuela. Había que estar muy al tanto para saber que hay un largo conflicto que subió de tono durante el mandato del presidente Uribe, hace unos años y que ahora se agudiza de nuevo con Duque, el nuevo mandatario
Desde hace bastante tiempo sigo los conflictos de Colombia, país en el que no faltan desde muchos años antes del asesinato del doctor Abad. Es verdad que puede que el lector no conozca la realidad de este país como la de la vecina Venezuela con historia hasta menos abrupta. Es fácil de recordar al presidente Uribe, de dos mandatos anteriores, con quien se frustraron las esperanzas de pacificación y desaparición de la guerrilla. Un nuevo el fiasco en la lucha por el acceso a tierras sin cultivar para los campesinos, reivindicación histórica de la guerrilla de Las FARC por los años 60, que enfrentamientos que ya venían de 1.940. Los enfrentamientos entre conservadores y liberales surgían por compartir en unas ocasiones objetivos próximos al campesinado y la guerrilla, o por la mayor o menor dependencia de EEUU. Y es que la citada potencia dispone de importantes y estratégicas bases militares en suelo colombiano. Si la situación no era suficientemente complicada, el cultivo y tráfico con la coca implicó a paramilitares y a la guerrilla. El resultado fue la creación de poderosos grupos narcotraficantes que el gobierno no llega a controlar y que generan frecuentes muertes y secuestros.
Lamentablemente esta realidad corrupta, la que con importantes cárteles de la droga se entremezcla- como el de Medellín-, con actitudes como las de Héctor Abad, ese humanista bondadoso y candidato aclamado por la gran mayoría de dicha ciudad. De ahí ese odio furibundo de esa secular minoría asesina. Esa muerte y otras que rompen la vida entrañable de tantas familias y ambientes trenzados por personas entregadas en cuentas relaciones intervienen. Ténganse en cuenta sus intentos para erradicar enfermedades causadas por la carencia en la salubridad de las aguas. En otros sectores la profundización para solucionar del problema de la tierra que conllevaría la iniciada desaparición de la guerrilla. La consolidación de la democracia que facilite la solución de conflictos sin represión como sistema como la actual. Favorecer que las fuerzas de orden público recuperen el prestigio que deben por el respeto a los derechos humanos y renunciando a la fatal colaboración con los “paramilitares”. El problema del tráfico de drogas, como en México, según señalan los expertos, debiera abordarse en el ámbito internacional, implicando a los países de destino. Ello, siguen señalando las mismas fuentes, exigiría una mayor autonomía que viene condicionando la alianza militar con EEUU. Son varias sendas señaladas por Héctor Abad en “El futuro que será”. Esperemos que elecciones como aquellas municipales en Medellín o en cualquier lugar no se frustren con asesinatos de personas y de futuro.
Foto: Marc (Licencia Creative Commons)
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