Linares ha vuelto a los papeles y desgraciadamente otra vez por nada especialmente grato. Al indeseable lugar de entre las ciudades con más personas paradas, siguió la de los cierres Zara y Corte Inglés, para entrar durante una semana o más en una rueda de sucesos con la policía como foco de atención. Pasado un poco tiempo, quizá podamos rumiar al menos los últimos titulares de telediarios dedicados a la policía, a nuestra ciudad y al trasfondo que en todo ello pueda haber. Sí, creo que vivimos en un tiempo en que un acontecimiento tapa al anterior sin que guardemos clara memoria de cómo se va conformando la vida en común. De esa avalancha de acontecimientos quiero hoy reparar de manera especial en el título de este escrito. Aunque la tele nos siga mostrando más los actos delincuentes de jóvenes en Barcelona, y muy poco o nada sobre los nuevos pufos de Rato y del rey emérito o de los desahucios, no, no nos vayamos de Linares. Aunque mi preferencia es contrastar varios medios con lo que ofrecen teles y periódicos sostenidos por el gran capital, en esta ocasión me he centrado más en los mensajes de whatsapp, en lo que han visto mis ojos y en lo que ya conocía. Con esa información y pasado un tiempo para aquietar emociones, abordo mi versión.

Al enhebrar los hechos recordando el vídeo que graba la agresión, me cuesta controlar el coraje al escucharle a la adolescente su desesperado grito y llanto “que están matando a mi padre”. Sigo mirando la escena de violencia ciega infligida a una persona desvalida en clara indefensión, a la vez que uno de los agresores muestra en primer plano gran furia. Paso una vez más la grabación que concuerda con el mensaje que me ha llegado de otra fuente. Después soy testigo en el “paseo” de un conato, que no llega a enfrentamiento, entre un grupo de jóvenes casi adolescentes con una patrulla de policías, a la que arrojan pequeñas naranjas. Viendo que aquello no llegaba a mayores, el grupo marcha hacia otro lugar donde supongo aliviar más algaradas. Luego supe de la concentración numerosa ante los juzgados mostrando su malestar por la agresión de los dos policías y pidiendo que se hiciera justicia. Supe también del incidente en que los antidisturbios usaron munición real con el lamentable daño para un joven que al parecer pasó cerca de quienes protestaban. Se sucedían las noticias de los responsables de la Comisaría que lamentaban los hechos y visitaban en el hospital al agredido. Se conocía el auto del juez dictando prisión preventiva. Una versión que pedía unas reformas para que este tipo de hechos no se repitieran. Por el contrario varios sindicatos policiales se pronuncian en contra de la decisión judicial y de los fallos en el operativo policial y las decisiones de la representación gubernamental. El ciudadano agredido, ante los responsables policiales, pese al daño sufrido reconoce el heroísmo de la policía. Luego sabría por las propias redes que siendo la víctima, pasaría a ser acusado y que sus agresores contarían una cerrada defensa ampliando la de medios policiales.

Pasado el tiempo, en persona o en grupo, cada cual debiéramos analizar estos hechos y las debilidades personales que afectan a todos los colectivos. La tarea de las fuerzas de orden púbico es difícil de ejercer y requiere una serenidad y sacrificio especiales para garantizar la presunción de inocencia, pese a la innegable y malvada apariencia en ocasiones. Esas mismas virtudes son las que en general reconocemos a las fuerzas del orden como al personal sanitario, de bomberos o de la UME. Sin embargo, entre policías, sanitarios, como en cualquier colectivo, hay personas que, en alguna circunstancia o por su manera de ser, no comportan como se espera en su digna profesión. Lamentablemente, por un excesivo corporativismo, en ocasiones comprensible, se propicia que se repitan situaciones como la presente. Se impide así la ponderable necesidad de separar el grano de la paja. Por supuesto que hay que diferenciar y mucho lo que es una debilidad ocasional que a cualquiera puede afectar, de aquella otra detectable en la conducta habitual. Creo que yerran de manera palmaria quienes crean que tapando estas situaciones protegen a la policía o a cualquier otro colectivo. Actuando así lo que se consigue es que paguen justos por pecadores y en consecuencia que los dignos colectivos pierdan su merecido prestigio por esos garbanzos negros. Por ese camino irá creciendo la desconfianza entre la ciudadanía y las personas que atiende sus necesarios servicios.

Creo que para superar dicha situación toca reflexionar en conjunto y actuar de manera eficaz. Pensemos si la permanencia dentro de la policía de EEUU beneficia aquel agente que puso su rodilla sobre un hombre hasta causarle la muerte y las consiguientes movilizaciones ciudadanas. Creo que ayuda muy poco al conjunto de servidores del orden la actitud de sindicatos policiales saliendo en tromba en defensa de ciertos agentes sin más matizaciones para el bien común. Por supuesto que pueden hacer, y mucho, por el buen nombre y mayor reconocimiento de policías. También los mandos policiales y ciudadanos tienen posibilidades para depurar situaciones de riesgo cívico. Cuánto no ganaríamos la ciudadanía del mundo si se mantuviera la voluntad de quienes en Inglaterra establecieron los “bobis”. Sí, aquellos agentes en los que el policía riguroso se mezcla con el vecino entrañable que ayuda a cada viandante. Sería lo mejor que podríamos decir hoy de la policía.